Porque una es santa hasta que la llaman puta.

Aprendí a robarle versos a mi poeta favorito.
A escuchar a las ranas y a cantarles bajito.
A seguirle la corriente a los peces de mi pecera.
A dejar para la cena al conejo de la chistera.

A hablar sólo cuándo la ocasión lo requiere.
A ir con ropa limpia por si el amor viniere.
A no tener en cuenta a los curas en domingo.
A repartir cartones por las noches en el bingo.

Ni tan santa ni tan verbenera.
Que al "pagafantas" le doy lo que él quiera.
Menos mi falda, que no la uso desde los diez años.
Que no me arrodillo ante nadie para subir peldaños.

Ainara Trujillo

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