Batallando.

Así es cómo empiezo y acabo los días. Creo que desde hace muchos años ya. Y lo curioso del caso es que soy tan joven...
Ayer caminaba por las calles de La Laguna camino a la parada de la güagüa y sentía cómo la angustia me apretaba la boca del estómago. Intenté esconderme detrás de unas gafas de sol, que además de no dejarme ver bien por no estar graduadas y yo ser miope, no necesitaba ya, pues ya eran las siete de la tarde y se estaba yendo el sol.
¿Qué hace esta tía a estas horas de la tarde usando gafas de sol? Seguro que se lo preguntó alguno de los que iban hacia Santa Cruz en la 015. Pero es que no quería que nadie viera cómo mis ojos tiritaban, mis cejas se deformaban y se dejaba caer alguna lágrima.
¿Por qué lloré? Pues creo que por la vida en sí. Hacía balance de un año y veía que sólo había trabajado,  sin conseguir mucho y habiendo perdido muchas cosas por el camino... ¿Entonces? ¿Qué saqué del balance?
A veces es mejor no pensar en los resultados, sino en todo el trabajo hecho. Todo atrás, en la espalda.
Parece que hay días en los que la susceptibilidad está a flor de piel.
Al llegar a la estación de Santa Cruz, las dos güagüas que me traerían a casa se fueron sin mi. Tuve que ir corriendo a comprar un bono bus. Siempre corriendo. Siempre con el tiempo apretando. Con el tiempo pegado al culo.
Al volver de comprar el bono, esperar por el ascensor y salir corriendo al estacionamiento y ver que ambas güagüas ya se habían ido, no pude más.
Qué ridícula debí haberme visto, encogida en el banco y llorando tras unas gafas. Menos mal que había alguien al otro lado del teléfono para darme alguna explicación graciosa a los días cómo estos. Haciéndome salir de esa respuesta negativa como es el llanto, con un estímulo ingenioso y gracioso.
Llegué a casa cansada, con manchas de "rimel" derretido por las mejillas y con un disco de rocanrol que compré en El Corte Inglés.
Lo más curioso y gracioso de esta tarde de mierda, fue que orgullosa fui mostrando mi cara manchada de "rimel" corrido por El Corte Inglés.
¿Hay algo peor que eso?
Seguro que sí.
La tarde de hoy fue como la de ayer, sin Corte Inglés, sin disco de rocanrol y sin pérdida de autobuses. Y con llanto. Sólo que se me cortó de cuajo cuando al pasar por delante de un niño, muy tajante y directo me dijo: "Tú, no llores".
Creo que en ese mismo instante dejé de ser invisible para el mundo.

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