La palabra es sanadora.
¿Te ha pasado que cuando te ocurre algo importante tiemblas?
A mí sí, a veces me pasa cuando ocurre algo urgente, otras de manera ficticia gracias a
mi TAG, y otras, muy pocas veces en los últimos años, cuando hablo con alguien
importante. Bueno, en realidad no sé que será alguien importante hasta ese preciso
instante, en el que me encuentro hablando de la cotidianeidad de la vida o
simplemente de paja, pero absolutamente emocionada, como una niña pequeña. Así
mismo estoy ahora, temblando e intentando dejar que ese tembleque fluya por mí
sin oponerme a ello. Sin asustarme. Y he venido aquí, al folio en blanco, porque
él, sin saberlo, me ha envalentonado para volver a ser yo misma. Me ha dado el enfoque para refugiarme en las
palabras, porque eso es lo que compartimos, palabras. Palabras bonitas, canciones,
impresiones, pensamientos, sensaciones, etc. Precisamente todo de lo que yo
solía nutrirme antes de me dejara llevar por una rutina criminal a un lugar
donde no había nada de esto, por demasiados años, ya ahora.
Me siento como en la escena final de una de esas películas bonitas, donde la
protagonista se sienta con su hijo y su perro por fuera de su coche, cara a
alguna puesta de sol, y se presume que, a partir de ahí, será el comienzo de sus
vidas. Bonito.
Hoy he leído mis antiguos textos, porque le he compartido este blog a él y en
cierto punto me daba miedo saber qué era lo que iba a descubrir de mí. En los
últimos años me he vuelto más protectora que nunca sobre quién yo soy
realmente. Tal vez la excesiva exposición a la que la sociedad está
acostumbrada hoy en día me ha ayudado a darle valor a la privacidad de mi propia
personalidad, de mis sentimientos y de mis vivencias, aunque, por otro lado, me
siento más firme que nunca a la hora de expresar quien yo soy.
Leer mi blog hoy ha sido un viaje maravilloso. He visto cuánto he crecido, cuánto
he madurado en mi sentir, en mis metas. He sentido ternura por algunos
recuerdos y, algo muy importante, me he dado cuenta de que hace muchos años que
dejé de sufrir profundamente por amor. Me he dado cuenta de que, como dice Ana
Milán, he llorado por hombres que ni recordaba cómo se llamaban. De esto me
alegro profundamente. De haberme dejado de hacer preguntas acerca de cómo los
otros sentían el amor o no lo sentían hacia mí, y me alegro de haberme centrado
en proteger la idea del amor que tengo yo.
Cuando me preguntan por qué dejé de cantar, de escribir, de hacer canciones, etc.
Siempre respondo lo mismo, porque fui madre. Fui madre en el año 2014 y lo primero
que hice fue dejar a un lado la guitarra y el bolígrafo. ¿Por qué? Porque cuando
eres una mujer tan intensa como yo y de repente te ves con un bebé en las
manos, tener una guitarra y lápiz es como estar borracha y mandar un mensaje de
texto a las cuatro de la mañana. Nada bonito va a salir de eso. Vas a hablar
desde las tripas y a veces eso no te va a traer buenas consecuencias.
Lo cierto es que haber aprendido a separar la visceralidad de la vida, de la
propia vida, hizo que yo hoy en día me sienta la mujer que soy. Mantener la
cabeza fría me ha ayudado a ser una mujer productiva (ojalá lo hubiera sido
antes, mucho antes), una buena madre y una persona que se ocupa de sí misma, de
sus miserias, de su crecimiento y de saber cuándo suficiente es suficiente. Ser
madre a mí me vino muy bien. Y ahora que han pasado diez años, que mi niño se asoma
a su pubertad, donde él busca más momentos encontrándose a sí mismo que
conmigo, que he conseguido un extraño pero seguro lugar de serenidad interior
(aunque con sus más y menos), siento que algo florece de nuevo en mí y que,
lejos de las redes sociales (que no me gustan nada) y el exceso de verbosidad,
quiero poder expresar como antes. Con la palabra.
Comentarios
Publicar un comentario